“Venezolanda” o “Solanda” es uno de los barrios más populares y poblados de Quito, capital de Ecuador. Los venezolanos más humildes allí residen, en casas minúsculas. Se ayudan con la economía informal del Mercado Mayorista que les permite reunir cierta cantidad de dólares.
Se encuentra al sur de Quito. En el pasado, también recibió a colombianos, cubanos y migrantes internos del país. Se trata de uno de los barrios con mayor densidad poblacional. Se estima que tiene más de 100.000 habitantes. No obstante, el diseño original de la década de los 70 fue pensado para 20.000 personas.
Los dueños de las casas que allí se alquilan construyeron las viviendas basándose en un plan populista llamado “Pan, techo y empleo”. Los venezolanos llegan a Solanda en busca de esos espacios mínimos, que se alquilan entre los 150 y 250 dólares y, casi siempre, los comparten con otros.
Asimismo, atienden el llamado de la economía informal del Mercado Mayorista que representa una fuente de ingreso. Se manejan “haciendo el semáforo”, es decir, venden caramelos, frutas, empanadas o tabacos en los semáforos. También trabajan como “caleteros” o cargadores.
El barrio también cuenta con historias inspiradoras de migrantes que conforman negocios propios, convirtiéndose en embajadores de sus paisanos.
Los rostros de la diáspora venezolana en SolandaLas empanadas de los Morris
Antonio Morris, su esposa Luz Marina y sus tres hijos forman parte de la Venezolanda que hace lo necesario para sobrevivir y salir adelante. Llevan ocho meses viviendo en el barrio, en un piso alquilado por 230 dólares. La vivienda es de un ecuatoriano que emigró a Estados Unidos (EE.UU) y generó empatía con ellos.
La familia vivía de lo que Antonio ganaba vendiendo limones en un semáforo. Ahora, venden empanadas a sus paisanos en el Mercado Mayorista. La rutina de los Morris empieza a las 3:00 am, porque las empanadas tienen que estar listas para la hora del desayuno. Termina 12 o 14 horas más tarde, cuando venden las 25 o 30 empanadas que preparan diariamente.
Todos ayudan en el negocio familiar. Antonio y su hijo de 10 años se encargan de las ventas en la calle; Luz Marina y la hija de 16 años, de los fogones.
“Esto es duro, pero cuando quiero desmayar golpeó con fuerza la masa y digo por mis hijos, por el alquiler, por la visa…”, confiesa Luz Marina.
Antonio se ha tenido que enfrentar la discriminación. Algunos de los nativos les han reiterado que se vayan a su país.
“Sé que estoy trabajando honradamente, por eso siempre les respondo con educación y no dejo que me provoquen”, aseguró.
Su meta, como familia, es arreglar los documentos, buscar colegio para sus pequeños y abrir un negocio en Solanda. Aún no saben con exactitud cómo lograrán el último objetivo, pero cuando lo hagan se llamará “Las empanadas de la abuela”, revelaron. Esto se debe a que la idea millonaria surgió de la madre de Luz Marina, que acompañó a la familia en el viaje a Quito y, posteriormente, regresó a Valencia, Venezuela.
Douglas se parte la espalda a cambio de unos centavos. Douglas Romero forma parte de la comunidad venezolana en Venezolanda. Llegó al Mercado Mayorista por otro venezolano que le comentó que se parecía al Mercado Mayor de Coche, en Caracas, y que se trabajaba igual. Le aconsejaron ir a la medianoche. Comenzó cargando frutas y verduras.
“Vienen camiones pequeños que te llevan por todo el mercado haciendo las compras y te dan unos cinco o siete dólares y el desayuno”, narró. Ahora trabaja de “caletero” en la sección de papas: Monta sobre su espalda los quintales del tubérculo que otros compran y recibe 10 centavos por cada bulto. También le pagan por clasificar o “clasear” las papas por 35 centavos el quintal.
A su juicio, es mejor trabajar allí, aunque literalmente se parta la espalda. Antes de ser entrevistado se ganó 90 dólares por dos días de trabajo, en los que tuvo que “clasear” 200 quintales de papas y luego montarlos en un camión.
El joven de 22 años, que no logró terminar su carrera en Guárico, carga hasta dos quintales de papas en su espalda.
“El trabajo es duro, por eso no lo quieren los ecuatorianos, pero nosotros vinimos a trabajar”, confirma con una sonrisa en el rostro.
Sus dos hermanos mayores están también en Quito y se han despedido de sus profesiones para trabajar en fletes de mudanza y en hostelería. Solo uno de ellos ha logrado arreglar su condición migratoria y ha conseguido traer a sus hijos. El resto, se enfoca en trabajar y reunir unos 20 o 30 dólares semanales, para enviar a sus padres en Venezuela.
Ecuatoriano de nacimiento, venezolano de corazón Rodolfo Yépez es uno de los primeros venezolanos que se asentó en Solanda. Llegó al lugar porque es comerciante y comenzó a ganar sus primeros dólares vendiendo productos de belleza. Aunque él se jura venezolano, es ecuatoriano de nacimiento. Nació en Guayaquil y emigró con sus padres a Venezuela cuando tenía dos años. Sin embargo, este hecho no cambia lo que él siente.
“Mi esposa es venezolana, mis hijos son venezolanos, yo me siento venezolano”, indicó.
Tener papeles ecuatorianos representa una ventaja, pues le abrió algunas puertas. Sobre todo al momento de emprender. Llegó hace tres años, y hace dos abrió una peluquería que lleva el nombre de su hijo más pequeño, Sebas.
Lo hizo con la ayuda de su familia y un grupo de amigos venezolanos que decidieron promover una opción de autoempleo para ellos mismos. Se apoyaron en una organización eclesial, la Misión Scalabriniana.
“Es talento venezolano como muchos que han venido a este país”, dijo Rodolfo y agregó que en el grupo que frecuenta el salón de belleza hay muchos profesionales, pero casi nadie trabaja en lo suyo.
La peor parte para los migrantes, según Rodolfo, es la explotación laboral.
“Aquí lo malo es que hay mucho desempleo y se hace duro conseguir algo fijo, hay mucha gente que se aprovecha de eso y explota a los extranjeros. Yo he oído muchas historias, venezolanos que trabajan 15 días o un mes y no les pagan, les dicen que estaban a prueba y ellos no tienen a quién reclamar”.(Venepress)