Este fin de semana, Rawayana ofrecería en Caracas los primeros conciertos de su regreso a Venezuela con una gira nacional que terminaba el 29 de diciembre en Margarita. Era el punto final del mejor año de la banda y nada mejor que celebrarlo con su gente. Rawayana quería regresar a casa, a los suyos, a quienes los han acompañado y apoyado desde el principio. La banda quería reencontrarse con sus amigos, con su familia, pero sobre todo con su público.
La buena racha comenzó en septiembre de 2023 con la sesión de Tiny Desk en NPR, dos días antes del lanzamiento del álbum ¿Quién trae las cornetas?, el quinto de su carrera, que el pasado mes de noviembre les dio su primer Latin Grammy en la categoría Mejor Canción Pop por “Feriado”, y su primera nominación al Grammy en la categoría Mejor Álbum de Rock Latino o Alternativo. Logros que querían festejar en Venezuela con una serie de conciertos por el país para ponerle fin a una gira que los llevó durante más de un año por ciudades de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Pero la mano censora del gobierno se interpuso en los planes de la banda.
A pocos días del regreso de Rawayana, cuando todo estaba listo, los shows se cancelaron. Poco a poco, los venues comenzaron a desligarse de las presentaciones, lo que generó una ola de incertidumbre entre los fans de la banda. Todo ocurrió dos días después de que Nicolás Maduro criticara al grupo por el tema “Veneka”, canción que la banda lanzó en octubre y abrió un debate sobre la resignificación del término que algunos aún consideran ofensivo, incluido el líder del PSUV. Tema que algunos circuitos radiales sacaron de su rotación como medida de «precaución». De hecho, suena poco o casi nada Rawayana en la radio venezolana.
La cancelación de la gira va más allá de una simple canción, es un tema político, un castigo por el apoyo de la agrupación a María Corina Machado y a Edmundo González Urrutia antes y después de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, en las que Maduro fue proclamado vencedor, pero que la comunidad internacional reconoce como fraudulentas.
Rawayana no tuvo otra opción que poner distancia física con Venezuela. Se despidió sin querer hacerlo. No saben sus integrantes cuándo podrán regresar, pero esperan que sea pronto y en libertad. Mientras tanto, se aventuran a conquistar el mundo con su música, la misma con la que se ganaron el cariño del público venezolano y cuya intención –insistieron– jamás ha sido dividir, todo lo contrario.
El éxito de Rawayana es el resultado de un trabajo sostenido por más de 15 años de un grupo de amigos que soñaba con hacer música divertida, pero sobre todo que conectara. Siempre bajo sus propios términos.
Todo comenzó con Rodrigo Michelangeli, Tony Casas y Alejandro Abeijón (Abeja) en el Colegio San Ignacio de Loyola, en Caracas, donde solían tocar juntos en las semanas intercolegiales. Los tres sentían una conexión especial por su interés en la música, sobre todo en el reggae. Más adelante, ya bachilleres, conocieron a Beto Montenegro y se juntaron para ensayar. Aún no tenían claro lo que querían hacer ni cómo lo harían, solo querían probar y hacer música juntos.
Rawayana, que tomó su nombre de una adaptación de la epopeya hindú Ramayana y que hoy se ha acortado con apodos como “Rawa” o “Rawy”, comenzó a trabajar en sus primeras canciones, las que más adelante le darían forma a su primer disco, Licencia para ser libre. Surgieron los primeros toques en locales como Discovery Bar o El Molino.
La banda comenzaba a hacer ruido, se ganaba un espacio en la movida musical del momento, conocida como la escena V Rock, término acuñado por Félix Allueva en su libro Rock en Vzla 1959-2019.
Cómo muchas agrupaciones venezolanas, Rawayana decidió participar en el Festival Nuevas Bandas con el objetivo de, independientemente del resultado, tener más visibilidad y que su música llegara a más personas. Y así fue. Aunque no ganaron la edición de 2010 de la competencia musical –lo hizo Alfombra Roja- consiguieron mucho más: construir una carrera que no solo perdurara más allá del Nuevas Bandas, sino que también se mantuviera en constante ascenso.
Pero Rawayana por poco se queda fuera del Festival Nuevas Bandas. Su postulación generó un gran debate entre los integrantes de la directiva de la competición. Cuando estaban organizando la lista con las agrupaciones participantes e invitadas, se dieron cuenta de que solo quedaba espacio para incluir a una banda participante, pero quedaban dos: Rawayana y Fibonacci. Sobre la decisión, Manuel Ángel Redondo recuerda que, aunque le gustaba más el estilo musical de Fibonacci, se decantó por Rawayana porque era la que tenía más posibilidades de llegar a más público con su música.
Tras el Nuevas Bandas, Rawayana se tomó las cosas mucho más en serio. Comenzaron a trabajar en su primer disco, Licencia para ser libre (2011), que no solo ayudó al grupo a consolidar su trabajo como banda, sino que también los hizo desarrollar una visión empresarial porque fue un proyecto independiente, sin apoyo de grandes disqueras, solo con el respaldo de familia y amigos, los primeros que creyeron en la banda e invirtieron en ellos. A partir de esa motivación nació Brocolli Records, resultado de organizarnos y tener una visión de industria”, afirma Rodrigo Michelngeli.
Además de ponerlos en el mapa musical venezolano, ese primer disco también llevó a Rawayana a conocer a grandes músicos con los que trabajarían en otros proyectos y que también se convertirían en buenos amigos. Es el caso del saxofonista, productor y arreglista Rafael Greco, quien acompañó a la banda en sus primeros toques luego del lanzamiento del álbum y que, más adelante, produjo parte de su segundo disco, Rawayanaland.
Rafael Greco supo de la banda por su amigo Toño Casas, quien además de ser papá del bajista de la banda, Tony Casas, también tocaba con ellos en sus primeros shows. Un día, Toño lo llamó para invitarlo a tocar con ellos en el lanzamiento de Licencia para ser libre en el Hard Rock Café en Caracas. El trombonista del grupo no podía presentarse y le pidieron acompañarlos. Encantado con la idea, Greco, integrante de Guaco, aceptó.
Al principio, reconoce Rodrigo, la banda no sonaba muy bien. Tuvieron que ensayar y estudiar muchísimo para notar mejoras en su sonido. “Recuerdo una de las primeras veces que le mostramos un ensayo a Gustavo Casas, que fue nuestro primer manager, y a la tercera canción nos dijo: ‘Chamo, yo me voy y ustedes practiquen un mes más y después me llaman’. Esa vaina nos motivó a echarle pichón para que sonaramos más apretados”.
Las horas de ensayos y estudio dieron resultados. Max Manzano recuerda que la primera vez que escuchó a Rawayana en vivo se sorprendió por lo bien que sonaban, incluso mejor que en el demo de sus primeras canciones que le hicieron llegar al programa de radio que conducía, Fabricado acá. “Cuando los vi tocar en El Molino en el mismo año del Nuevas Bandas, lo primero que pensé es que sonaban muy bien, muy sólidos, y que, de alguna forma, la agrupación estaba heredando o sucediendo lo que hizo Wahala”.
A Rafael Greco también le sorprendió lo rigurosos que eran los integrantes de la banda. Ensayaban todas las semanas sin falta en los estudios Rock and folk en Caracas. “Ellos sonaban muy bien porque ensayaban mucho, ensayábamos todas las semanas y la banda llegó a tener un sonido muy conciso, tanto que empezaron a cautivar a más público y a llenarse de seguidores. Eso no es gratuito, era por el trabajo que empezaron a hacer”.
La amistad entre el saxofonista y la banda derivó en una invitación para que fuera productor de la mitad de su segundo disco, Rawayanaland (2013), cuya otra mitad estuvo a cargo de Cheo Pardo, quien luego produjo sus siguientes discos: Trippy Caribbean y Cuando los acéfalos predominan. “Estando con ellos yo improvisaba y aportaba cosas. Me hice parte de la banda, sentía confianza con ellos y había una empatía muy hermosa, por lo que en un momento me sugirieron que fuera el productor de parte del disco”.
El segundo disco trajo cambios en la banda. Rodrigo Michelangeli dejó Rawayana. No hubo roces ni malentendidos, simplemente ya no era viable continuar. Se dividía entre su trabajo con Rawayana y estudiar cine en Canadá. Pero no le estaba dedicando el cien por ciento de su energía a ninguno de los dos.
Tras la salida de Rodrigo, se unió a la banda Fofo Story, quien –coinciden Michelangeli y Greco– ayudó a darle una base rítmica muy sólida a la banda.
Rawayana no se detiene. La banda ha logrado que, de nuevo, los ojos de muchos estén sobre Venezuela apreciando lo bueno que hacen los artistas dentro fuera del país. El trabajo sostenido que ha desarrollado por años la ha posicionado como la banda más importante del país o –como se describen sus integrantes– “la más boleta”. “Si el Rodrigo, el Beto, el Tony o el Abeja de esa época vieran todo lo que está pasando ahorita con la banda, estarían muy emocionados y agradecidos con todas las personas que los apoyaron desde el principio”, concluye Rodrigo Michelangeli.
El buen momento de Rawayana se extiende. En 2025 formará parte del cartel del festival Coachella 2025, donde también estarán Arca y Gustavo Dudamel junto a la Filarmónica de Los Ángeles. La banda que hoy integran Beto Montenegro, Tony Casas, Abeja y Fofo Story está llegando a lugares que jamás imaginaron. Y los que faltan por conquistar. Los fans en Venezuela lo celebrarán a distancia. Por ahora. (EN)