«Mejor morir de pie que vivir toda una vida arrodillado», dijo alguna vez Emiliano Zapata, y esas palabras resuenan en mi corazón por el amor incondicional que siento por mi patria. Este sentimiento es profundo y difícil de entender para quienes no lo han vivido. En estos tiempos de incertidumbre y dificultades, quiero compartir con ustedes una profunda reflexión. La frase que titula este escrito no es un simple eslogan, sino una expresión sincera de lo que significa para mí el hogar, la tierra que me vio nacer. Es un clamor de amor y de fidelidad, una promesa hacia mi patria que siempre será mi refugio y mi esperanza.
Para mí, la patria no es solo un lugar en el mapa: es el lugar donde mis raíces se hunden profundamente en el suelo. Es donde di mis primeros pasos y donde pronuncié mis primeras palabras. Donde he vivido alegrías y también tristezas. La conexión con la patria es algo que se siente en el alma, una especie de amor que no se puede medir con palabras. Es el olor de la tierra mojada después de la lluvia; es el sonido de las risas en las plazas; es el sabor de los platos que preparaba mi madre; es la tierna mirada de mis nietos; es el afecto de mis seres queridos que, aunque estén lejos, siempre están presentes en mi corazón.
En estas horas aciagas para Venezuela, muchas personas me aconsejan esconderme y algunos hasta sugieren que me ausente del país. Agradezco sus consejos porque sé que actúan de buena fe, pero también me pregunto ¿Cuál es el delito que he cometido para tener que someterme al ostracismo? Y me respondo: no puede ser delito querer vivir en un país libre. Tampoco puede ser delito luchar cívica y pacíficamente para que mis futuras generaciones puedan vivir en paz, en el país que me vio nacer.
En más de una oportunidad me he visto en situaciones similares, pero solo voy a mencionar una: estando como presidente de Fedecámaras, el presidente Chávez ordenó ponerme preso y el ministro de interior y justicia, Tareck El Aissami, se burló de mí diciendo que, a más tardar el día siguiente, yo debía estar desayunando en Perú. Mi respuesta fue y sigue siendo la misma: Soy nieto de venezolanos, hijo de venezolanos, padre y ahora abuelo de venezolanos, por tal razón, prefiero estar preso o muerto que fuera de mi patria.
He conversado con mucha gente que, por diversas razones ha debido abandonar su país de origen y me han confesado entre lágrimas que, el destierro les ha traído una carga emocional y psicológica enorme. La sensación de no tener arraigo, de ser siempre un extranjero les es abrumadora. Es sentirse arrancado de raíz y trasplantado en un suelo diferente al suyo. No importando cuántos años pasen, siempre extrañan el aroma familiar de su tierra, el calor de sus paisanos y la música de sus ancestros.
Optar por quedarse en el país, sin esconderse y seguir haciendo política constructiva, a pesar de las dificultades, es un acto de resistencia pacífica. Es un compromiso con el futuro y con las generaciones venideras. Figuras como Nelson Mandela, quien estuvo 27 años preso, nos demuestran que la lucha por la libertad y la justicia, aunque larga y difícil, vale cada sacrificio y nos animan a no renunciar jamás al sueño de tener un país libre.
En los momentos de mayor crisis es cuando se acrisolan los verdaderos liderazgos y se construye la fortaleza indestructible de los pueblos. A mis compatriotas, les digo que, no estamos solos en esta cruzada. Unidos, podemos superar cualquier obstáculo y construir un futuro mejor para nuestras familias y nuestra nación. Cada pequeño acto de resistencia pacífica, cada gesto de solidaridad, nos acerca un paso más a la libertad y a la justicia que tanto anhelamos.
Concluyo diciendo, seguiré haciendo política, prevenido, pero no escondido, porque prefiero enfrentar las adversidades en mi tierra que vivir en una aparente comodidad en el extranjero. Este es un llamado a la acción de mis compatriotas, a luchar por lo que amamos y a no perder la esperanza. Juntos podremos transformar nuestra realidad y hacer de nuestro país un lugar digno de ser llamado hogar. No dejemos que el miedo secuestre nuestros valores. Sigamos adelante con determinación y valentía, porque al final del camino, jamás tendremos un lugar mejor que nuestro hogar, ni un amor más grande que el amor por nuestra patria ¡Que Dios bendiga a Venezuela y a toda su gente!