En medio de la crisis en todos los sentidos que se abate sobre el país, con una enormidad de hogares venezolanos «pasando trabajo» para sobrellevar los días, y muchos de estos sumidos circunstancialmente en la aflicción por las obligadas ausencias de toda índole (sobre todo por la diáspora y por los secuestros políticos), nos toca agradecer que no estamos en el bando equivocado, y que –a falta del abrazo de los que no pueden estar hoy a nuestro lado, lo mismo que de los recursos suficientes para celebrar y disfrutar la Navidad como correspondería–, aun sitiados por las preocupaciones y la tristeza, NOSOTROS TENEMOS ESPERANZA.
No es el caso, como puede suponerse, de los amos coyunturales del poder en Venezuela, de sus capitostes y conmilitones, quienes, atrapados en el laberinto de sus propios graves errores y crímenes –latentes y exponenciales muchos de estos, por la incomprensible insensatez de negarse a reflexionar al respecto, y de no aceptar la realidad político-electoral impuesta por la dinámica nacional–, están cancelando cualesquiera salidas decorosas del escenario y cerrándose las puertas del futuro. Vale decir, negándose a sí mismos la Esperanza.
Sin embargo, hay que decirlo, están a tiempo. Están a tiempo de reencontrarse con la verdadera institucionalidad, ampararse en esta, y no exponerse a perderlo todo.
A pocos días del punto de inflexión histórico-político del que no habrá regreso, y en el que ya no habría ninguna posibilidad para ellos de evitar la debacle total de su causa ya perdida, e incluso de sus siglas, no es poco lo que podrían ganar si aceptaran negociar pacíficamente una transición que ellos saben inevitable, y que más temprano que tarde habrá de consumarse.
Ojalá que al menos lo pensarán, aunque preferible fuera que tomaran la decisión correcta (y la verdad es que yo no descarto que lo hagan), de ser posible, en estos tensos días decembrinos, y que le hicieran a Venezuela y a los venezolanos, incluyendo a los seguidores que aún les quedan, el mejor de los regalos de Navidad.
Que así sea.
