Conversando con el paisano, Darío Montilla, me recordó una expresión
utilizada en la Costa Oriental del lago y en algunas zonas del estado Trujillo:
¡Garibusa! Es una exclamación que se profiere en el juego de metras para
acompañar al arrebatón que se produce cuando uno de los jugadores,
secuestra todas las esféricas por estar inconforme con los resultados de la
partida, a través de ella se declara ganador a lo Jalisco. Huelga decir que esta
es una acción considerada ilegal por el resto de los participantes y que atrae
futuras consecuencias.
Con esta introducción, quiero situarles en el contexto de lo que vengo a
contarles hoy. Recuerdo que, cuando era niño y vivía en El Batatillo, estado
Trujillo, allí se desarrollaban dinámicas muy particulares. Por ejemplo, en los
primeros años de las escuelas rurales, muchos no tenían acceso a una
educación formal, lo que ocasionaba que los niños compartieran las aulas con
personas de mayor edad. Me viene a la mente el caso de un condiscípulo de
primer grado que debía tener unos 20 años. Todos lo llamábamos Mora,
aunque nunca supe si ese era su nombre o su apellido. Era solo uno de los
muchos casos que había en esos tiempos.
Acercándome al tema central de esta historia, debo mencionar a una de las
tantas familias que llegaron a poblar nuestro pequeño pueblo, provenientes de
distintos puntos de Trujillo y otros estados vecinos. En la década de los 60
arribó a El Batatillo una familia compuesta por tres personas: la madre, a quien
llamaban "la tuertica Dilia" por la falta de un ojo; el padrastro, Pedro Bermúdez,
un viejo tramposo y dicharachero que vendía polvos y rezos brujos para
ahuyentar los bachacos; y el hijo, Antonio Viloria, apodado "Comecandela" o
simplemente "Candela".
Nada bueno se podía esperar de esta disfuncional familia, y como era de
esperarse, el vástago no podía ser un dechado de virtudes. De una cosa estoy
seguro, Candela fue el primer pícaro que conocí en mi tierna edad. Aunque él
ya tenía unos 15 años, ingresó a primer grado con nosotros. A partir de su
llegada al pueblo, cualquier actividad ilegal que se produjera en nuestra
comunidad, siempre llevaba su marca, pero, en simultaneo asistía
regularmente a todas las clases.
En esa época, además de ser un buen estudiante, yo era un experto jugador de
metras. Cualquiera que jugara conmigo salía inevitablemente derrotado. Tanto
así que mi madre, antes de morir, me recordó que una vez, yo había enterrado
en los alrededores de nuestra casa, una bolsa con miles de metras. La verdad
es que no recuerdo ese episodio, pero si fue cierto, seguramente esas metras
ya pertenecen a las lombrices de la tierra.
Candela, a pesar de su edad avanzada, también era un excelente jugador de
metras. Dado lo pequeño del círculo estudiantil, era inevitable que algún día
nos enfrentáramos. En la primera partida, a pesar de sus artimañas, ninguna
pudo salvarlo de la derrota. Sin embargo, quedé impresionado por sus
triquiñuelas, lo que me hizo dudar en concederle la revancha. Pero un día me
volvió a retar, y aunque me resistí, la codicia se apoderó de mí al ver su bolsa
de metras nuevas, las más buscadas, y finalmente acepté el desafío.
Como dice el refrán: "Allí empezó Cristo a padecer". Candela llegó con nuevas
reglas unilaterales, todas a su favor: no me podía mover de la raya; la distancia
no se medía con la cuarta, sino con el geme; dependiendo de la distancia de
las metras, me obligaba a disparar de una u otra forma: uñita, cariaquita, y rara
vez el método full. A pesar de todo, volví a ganarle. Fue entonces cuando afloró
su verdadera naturaleza: enfurecido, me arrebató la bolsa de metras, que
contenía tanto las mías como las que acababa de ganar. Intenté resistirme,
pero, debido a su mayor corpulencia, terminé recibiendo una soberana paliza.
Desde esa temprana edad, aprendí que, cuando te enfrentas con tramposos,
no importa cuál sea el resultado de la contienda: si pierdes, pierdes, y si ganas,
ellos encontrarán la forma de arrebatarte el triunfo. Por eso, siempre que
puedo, evito confrontar a estos personajes nefastos. Y si, por alguna razón, no
puedo eludirlos, solo me queda encomendarme a Dios para que el resultado
del enfrentamiento refleje fielmente lo ocurrido.
*Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
Noelalavarez10@gmail.com