Angustia y deprime observar el profundo deterioro que está sufriendo Venezuela. Los que en ella habitan padecen un empeoramiento cada vez más intenso de su calidad de vida, debido al desabastecimiento crónico de productos básicos, como alimentos, medicinas y otros bienes esenciales, lo cual se traduce en penuria, hambre y sufrimiento, sin que exista la esperanza de que las cosas cambien para mejor, por lo menos en el futuro inmediato. Es desgarrador ver la angustia de unos padres que no tienen la posibilidad de proveer los alimentos que sus hijos necesitan, o el dolor y la desesperación de los que ven morir a un hijo o a un hermano por la falta de medicamentos o de la infraestructura hospitalaria para tratar la enfermedad que padecen. Es deplorable observar cómo nos empobrecemos día a día, debido a la inflación galopante y cada vez más intensa que se afronta, la cual aniquila la capacidad de compra de las remuneraciones, cuyos ajustes cada vez se rezagan más con respecto al aumento de los precios. Causa zozobra la inseguridad, que nos acosa, haciendo que la vida de cualquier ciudadano esté permanentemente amenazada, o que no podamos disfrutar de actividades tan básicas como caminar por un parque o ir a un cine, por temor a ser asaltados, secuestrados o incluso asesinados.
Esa realidad caótica ha sido fundamentalmente producto de las erradas políticas públicas que se han implementado durante los últimos tres lustros, no solo en materia económica, sino también en lo referente a la institucionalidad del Estado, seguridad pública, relaciones internacionales, salud y tantas otras áreas fundamentales de la vida en sociedad. El gobierno ha desoído los múltiples análisis y advertencias que han hecho las Academias, las universidades, múltiples centros de análisis, organizaciones no gubernamentales y profesionales liberales sobre las consecuencias de las desatinadas políticas y decisiones que regularmente se han aplicado, así como las propuestas y sugerencias para corregirlas y mejorarlas.
Múltiples son los ejemplos de esas orientaciones que se le han presentado al país, y más específicamente al gobierno, siendo estas no solo ignoradas por este último, sino también rechazadas y desacreditadas en muchos casos, tildándose a sus autores de profetas del desastre y de agoreros. Uno de esos estudios fue el que presentaron las Academias Nacionales en 2011 con el título Propuestas a la nación, en el que se recopilaron concienzudos análisis sobre distintos problemas fundamentales que aquejaban al país en materia institucional, salud, educación, ciencia y tecnología, economía, y desarrollo sostenible, haciéndose detenidos diagnósticos de los problemas estudiados y planteándose acciones concretas y específicas para su solución y manejo. Otro ejemplo fue el trabajo presentado en 2006 por el Equipo Acuerdo Social con el título Venezuela: un acuerdo para alcanzar el desarrollo, en el que se expusieron una serie de propuestas para atender los principales problemas nacionales, con el fin de estimular su discusión y el contraste de ideas.
De haberse implementado las recomendaciones incluidas en estos estudios, o en otros que presentaron múltiples instituciones e individuos, no estaríamos hoy sufriendo las penurias y tribulaciones que vivimos a diario, pues habríamos estado mucho mejor preparados para afrontar y manejar problemas y shocks externos, como el de la caída de los precios petroleros desde mediados de 2014 hasta nuestros días.
Es realmente frustrante ver cómo la tozudez de quienes nos gobiernan ha condenado a la población a la penuria, siendo los más pobres los que más la sufren, a pesar de ser ellos a quienes, supuestamente, el gobierno más protege. De ahí que sea válido que nos preguntemos si todo esto es algo más que tozudez, por aquello de que la miseria y la pobreza crean dependencia del Estado y sumisión al gobernante.
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