Fin de la dictadura del Rey Dorado Noel Álvarez

12 agosto 2024 | Opinión

Desde mi niñez, he atesorado las historias que mi padre, José Cesar Álvarez,
compartía bajo la tenue luz de una lámpara de querosén. A pesar de ser un
hombre humilde, era reconocido en nuestro pequeño caserío no solo por su
sabiduría, sino también por su integridad inquebrantable. Entre libros viejos y
relatos orales, mi padre se convirtió en el juez de paz y narrador más respetado
de la comunidad. Hoy, quiero honrar su memoria compartiendo una de las
tantas fábulas que nos contaba. Una historia que, más allá de sus personajes,
encierra una lección profunda y atemporal que espero la valoren como lo he
hecho yo.
En una vasta y antigua selva, gobernaba un león, conocido como el Rey
Dorado. Durante muchos años, sus garras y colmillos habían mantenido a raya
a todos los habitantes. Sus rugidos resonaban por todos los rincones,
recordando a cada criatura su poder absoluto. El Rey Dorado era temido y
odiado en igual medida, pero nadie se atrevía a desafiarlo. La selva, que antes
era hogar de libertad y armonía, se había convertido en un lugar de temor y
silencio.
El león, en su trono de roca, observaba desde las alturas. Creía que su reinado
duraría para siempre, pues tenía bajo su mando a las fieras más feroces y a las
bestias más temibles. Los tigres, sus más leales generales, imponían su
voluntad por la fuerza, mientras que los chacales y las hienas, sus espías,
controlaban cada rincón de la selva, reportando cualquier signo de
descontento.
A medida que los años pasaban, la selva comenzó a cambiar. Los árboles, que
antaño florecían, ahora se marchitaban bajo el peso de la opresión. Los ríos,
antes cristalinos, se tornaron turbios, y el aire, cargado de miedo, se volvía
irrespirable. Los animales, cansados y hambrientos, se reunían en secreto,
soñando con el día en que el Rey Dorado cayera. Sin embargo, el miedo
siempre les paralizaba, pues sabían que cualquiera que se rebelara sería
destruido sin piedad.
Un día, un pequeño ratón, insignificante a los ojos del león, decidió que ya no
podía vivir más bajo el yugo del tirano. Era débil y pequeño, pero tenía una
determinación inquebrantable. Recorrió la selva, hablando con los demás
animales, susurrando palabras de esperanza y libertad. Poco a poco, el ratón
convenció a otros de que la única forma de derrotar al Rey Dorado era uniendo
fuerzas, aunque él fuera solo un pequeño roedor.
El ratón fue de madrigueras a cuevas, de nidos a guaridas, organizando a las
criaturas de la selva. Los pájaros se comprometieron a vigilar desde el cielo, los
monos prometieron causar distracciones desde las copas de los árboles, y los
elefantes acordaron usar su fuerza para proteger a los más débiles. El ratón,
con astucia, supo que la única forma de vencer al león era no enfrentándolo
directamente, sino desgastando su poder desde las sombras.

El día llegó. Bajo la oscura noche, mientras el Rey Dorado dormía en su trono,
comenzó la revuelta. Los pájaros soltaron sus graznidos desde lo alto,
perturbando el descanso del león. Los monos, desde los árboles, lanzaban
frutos podridos, creando caos y confusión. Los elefantes marcharon hacia la
roca del león, haciendo temblar la tierra con su peso. Y en medio de todo, el
pequeño ratón se deslizó silenciosamente hacia la roca, donde el león
reposaba.
El león, enfurecido, se levantó para enfrentar el caos, pero para entonces ya
era tarde. Su poder, basado en el miedo y la soledad, comenzó a
desmoronarse. Los animales, ahora unidos, no temían más sus rugidos. En un
desesperado intento por restaurar su autoridad, el Rey Dorado intentó atacar,
pero los elefantes, más grandes y fuertes, lo acorralaron. Los tigres, al ver que
la marea había cambiado, huyeron a las sombras, abandonando a su rey.
El león, rodeado, rugió por última vez, pero su rugido no resonó como antes.
Era un sonido vacío, despojado de la fuerza que una vez tuvo. Los animales lo
forzaron a abandonar la roca, y el Rey Dorado, humillado y derrotado, se retiró
a la profundidad de la selva, donde nunca más se le volvió a ver.
Con la caída del león, la selva volvió a florecer. Los árboles recuperaron su
verdor, los ríos volvieron a ser cristalinos, y el aire, por fin, se sentía ligero y
libre. Los animales celebraron su nueva libertad, recordando siempre que,
aunque un dictador parezca invencible, es el espíritu colectivo el que
verdaderamente define el destino de un pueblo.
La historia del pequeño ratón y el temido Rey Dorado es un recordatorio de que
la verdadera fuerza no radica en el poder individual, sino en la unión, el coraje
colectivo y en la resistencia pacífica. Mi padre, un hombre que vivió con la
misma humildad y grandeza que aquel ratón, me enseñó que no hay tirano que
no pueda ser derrotado cuando el pueblo se une con determinación y
esperanza. Que esta fábula sirva para recordarnos que, aunque a veces nos
sintamos insignificantes, nuestras acciones, por pequeñas que sean, pueden
cambiar el curso de la historia y devolver la libertad y la armonía a nuestro
entorno.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
Noelalvarez10@gmail.com

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