El próximo domingo, 7 de agosto, tomará posesión de la presidencia de Colombia el señor Gustavo Petro, electo democráticamente. Son numerosas las especulaciones que se tejen sobre lo que será su mandato. Su trayectoria y militancia política permiten asumir su estrecha vinculación a corrientes que se caracterizan por su adhesión a postulados marxistas, manifestar un permanente y visceral antiamericanismo, adoptar posiciones en contra del capital y de la propiedad privada, y ejercer el poder en forma autoritaria y con poco respeto a los derecchos ciudadanos constitucionalmente establecidos.
Contrariamente, distintas personalidades vinculadas a sectores politicos, medios de comunicación, instituciones académicas o grupos de opinión y análisis político, asoman la posibilidad de que por su capacidad, preparación y experiencia, propia y ajena, además de otras consideraciones de carácter subjetivo, Petro adoptará una posición pragmática que, sin renunciar a postulados de índole social, política y ecológica, asegure a Colombia un crecimiento económico sostenido y sustentable, en un contexto de paz y libertad.
Sin embargo, independientemente de la disposición que pueda tener el presidente, existen varios factores que comprometen la viabilidad de su actuación, haciendo de la gobernabilidad colombiana un reto de excepción. En efecto, Petro como presidente deberá enfrentar la existencia de numerosos grupos armados con varios miles de integrantes. Unos, probablemente los menos, con motivación exclusivamente político-ideológica y otros, más numerosos, conformados por narcoguerrillas, terroristas, narcotraficantes locales y extranjeros y otros grupos delicuenciales con actividades tales como extorsión, contrabando, secuestro, trata de personas. Y tambien a la combinación de varios propósitos. En ese contexto el presidente requerirá de gran habilidad y su relación con las Fuerzas Armadas colombianas, exigirá especial atención.
El gobierno de Petro deberá también administrar la heterogeneidad de quienes lo apoyan y, en particular, lidiar con el radicalismo presente en ciertos sectores que lo acompañan; así como también manejar complejas relaciones internacionales, particularmente con el gobierno de los Estados Unidos y con el de su vecino oriental, Venezuela.
No cabe la menor duda de que uno de los objetivos superiores y prioritarios del gobierno de Petro, es el logro de una paz duradera. Ponerle fin a muchas décadas y varias generaciones, de enfrentamiento armado entre colombianos a lo largo y ancho del país.
Identificar y atender eficiente y oportunamente las necesidades prioritarias de la población y asegurar al país un crecimiento económico sostenido y equitativo, manteniendo su compromiso de limitar las operaciones petroleras, es otro delicado desafío que deberá confrontar.
El país cuya conducción asume Petro dispone de un gran potencial de recursos humanos y materiales, así como de una posición y conformación geográfica de excepción; pero al mismo tiempo sufre tensiones políticas y sociales extremas. Para realmente avanzar, el país debe superar simultáneamente los diferentes desafíos, puesto que se condicionan mutuamente. Esta situación exige la capacidad de convocar y comprometer a todo el país en finalidades compartidas y avanzar en su consecución.
Petro tiene en su presidencia, la oportunidad de iniciar la siembra de una nueva Colombia. El período presidencial es breve y consolidar la transformación requerida exige continuidad; pero el lapso previsto puede ser suficiente para definir una orientación y sentar bases firmes. Petro está en la posición de promover una nueva era para su país, una era de paz, de inclusión social y de progreso político, económico y social en sintonía con el medio ambiente. Asimismo, contrariamente, su conducción puede contribuir a acentuar la fragmentación y los enfrentamientos internos, generalizar la miseria y promover la migración de sus nacionales.
Si el compromiso con el país, aunado a la inteligencia y a la experiencia, es capaz de sobreponerse al fanatismo y al revanchismo, así como a las tentaciones populistas y autoritarias, Colombia logrará sin duda un nivel de desarrollo sobresaliente, con beneficio tangible y equitativo para su población, constituyéndose en una referencia principal para los países de la región. De no ser así, la presidencia de Petro sólo la conduciría a integrarla al grupo de los países más pobres, al aislamiento, a más violencia y, en general, a la degradación que caracteriza a los países considerados “fallidos”.
Para el continente, y para Venezuela en particular, es de enorme importancia y trascendencia el camino que en estos próximos años transite la república hermana.
Dios ilumine al pueblo de Colombia y a sus gobernantes.
