Me encuentro con un amigo, testigo, como yo, del nacimiento, auge y caída de Puerto Ordaz. Conversamos en el Centro cívico y compartimos la angustia por la evidente ruina de la ciudad, otrora referencia de progreso en toda Venezuela. Recordamos a la Miuty, luego Vías. La Romanina, El Candil, El Bavaria, los grandes bodegones, todo en ruinas, negocios quebrados, locales cerrados y llenos de mala hierba, edificios desconchados, todo es silencio y humedad. Ni Alta Vista se salva. A duras penas sobrevive Pollodor. Y uno que otro restaurante.
De repente sale de su congoja, y me dice, «lo único que se ha salvado de esta «guate de pajarito» que le cayó a esta hermosa ciudad, envidia en el resto del país, es el Club Ítalo. Estuve en estos días y es un oasis en medio de tanta desolación circundante. El Colegio de abogados, el de Médicos, el de Contadores, dan ganas de llorar. El club portugués apenas medio respira con entrada libre. Pero El Ítalo es otra cosa. Ofrece tanta diferencia que en sus predios volvemos a respirar la ciudad que una vez tuvimos.
Se mantiene siempre activo con muchos visitantes, las piscinas rebozantes de alegría infantil y juvenil. Canchas deportivas funcionando día y noche. Áreas muy bien mantenidas y concesionarios atentos y solidarios con el momento actual. De veras me sentí, junto con mi familia, orgulloso de contribuir con mi presencia al vigor del sano esparcimiento que ofrecen sus instalaciones».
– Se llama GERENCIA, le respondo. Una gerencia eficiente hace la diferencia. A pesar de los escasos recursos, el Ítalo ha logrado el regreso de sus viejos accionistas y de sus descendientes. Ya lleva seis años, incluyendo la Pandemia, siendo el mejor Club de la Ciudad, del estado y del país. El más económico en la relación calidad /precio. No creo que exista otra referencia similar en toda Venezuela. Y eso, mi querido amigo, se llama gerencia, pulcritud administrativa, creatividad y sobre todo, amor por la ciudad.
Mi amigo asintió con una mezcla de alivio y tristeza: «Tienes razón, el Ítalo es un testimonio de lo que se puede lograr cuando hay compromiso y una visión clara. El Club Ítalo no solo ha mantenido sus instalaciones, sino que ha cultivado un sentido de comunidad que ya no se ve en otras partes. Ha sabido adaptarse a las circunstancias, innovar en sus servicios y, lo más importante, ha logrado que sus socios se sientan parte de algo valioso, algo que resiste la decadencia general.
Es curioso, pero el éxito del Ítalo parece contradecir todo lo que vemos a nuestro alrededor. En un país donde la mayoría de las instituciones públicas y privadas están en declive, la actual directiva del Club Ítalo ha encontrado la fórmula para prosperar. No es solo cuestión de dinero; es de principios, de ética de trabajo, de respeto por la historia y, al mismo tiempo, de apertura al futuro. Si algo nos demuestra el Club Ítalo, es que la excelencia todavía es posible, incluso en los tiempos más difíciles. Es una luz, un pequeño faro de esperanza en la oscuridad.
Nos quedamos en silencio por un momento, observando la quietud moribunda del Centro Cívico. La conversación sobre el Club Ítalo había dejado una impronta agridulce. Por un lado, la alegría de saber que un lugar tan emblemático de Puerto Ordaz no solo sobrevivía, sino que florecía. Por otro, la dolorosa confirmación de que su éxito era una excepción, un recordatorio de lo que la ciudad había perdido y de la urgente necesidad de replicar esa cultura de gerencia y compromiso en otros ámbitos.
Ojalá y muchos aprendieran de esta experiencia gerencial, le dije, mientras nos despedíamos con un apretón de manos. Porque si el Ítalo puede, ¿por qué no otros? La ciudad lo necesita, amigo. Lo necesita con urgencia.
