Chingo o castrado Noel Álvarez

14 marzo 2023 | Opinión

Los sobornos en la política para mantener el poder, tanto público como privado, el
tráfico de influencias y otros males del mundo, no nacieron ayer. El primer caso de
corrupción, por ejemplo, según algunos, se remonta al antiguo Egipto y se le
conoce como el Tebasgate. Un hombre conocido como Peser, antiguo funcionario
del Faraón, denunció en un documento, los negocios sucios de otro funcionario
que se había asociado con una banda de profanadores de tumbas para vender los
cadáveres o sus partes. El caso se cerró con un proceso en el que ningún
funcionario púbico fue condenado, según relata el investigador egipcio Admed
Saleh.
Según dice Saleh, existen otros documentos que demuestran que la corrupción y
otros males estaban enquistados en las sociedades antiguas. En un decreto del
Faraón Horemheb, dictado en el 1300 antes de Cristo, se recogen normas contra
las prácticas corruptas: “Se castigará con implacable rigor a los funcionarios que,
abusando de su poder, roben cosechas o ganado a los campesinos con el
pretexto de cobrar impuestos. El castigo será de 100 bastonazos y la amputación
de la nariz. Si el involucrado fuera un juez la pena sería de muerte”. El Faraón
egipcio también obligaba a los traidores a jurar por sus partes íntimas cuando eran
llevados ante un juez.
El combate contra la corrupción también se ha valido de otros instrumentos, en
diversos países del mundo, por ejemplo: El método “Lingchi” o muerte lenta, se
practicó por primera vez en China, antes de Cristo y fue abolido en 1905, consistía
en que, los ejecutores iban retirando tiras de piel del cuerpo de las víctimas
durante el transcurso de 3 días. Las primeras cosas que retiraban eran los ojos,
las orejas y los testículos. El condenado sufría alrededor de 3500 cortes antes de
que la tortura parara. Los verdugos también podían ser sobornados para realizar
un corte fatal desde el principio para que la víctima no tuviera que sufrir. Era el
golpe de gracia. El terrible método también se aplicó en Vietnam y Corea.
Sin embargo, estos decretos y prácticas no han tenido todo el éxito esperado en
vías de extirpar el virus de la corrupción, flagelo que se extendió a la Grecia
clásica y llevó a Cicerón a cargar fuerte contra el poder establecido, cuando
señaló: “todos robaban, todos saqueaban y entonces las riquezas comenzaron a
considerarse un honor, la pobreza un oprobio y la honradez sinónimos de
malevolencia”.
La corrupción no solo lubrica engranajes de un gobierno, también actúa como un
ácido que corroe y expropia las necesidades de los más pobres. Por lo tanto, hay
menos dinero público para aminorar las desigualdades económicas, promover los
derechos humanos y las minorías, combatir la violencia y la inseguridad. La
corrupción y otros vicios vuelven a una nación inútil “debido a que sus prácticas
constituyen un abuso de poder y representa el incumplimiento deliberado de una
cláusula importante del contrato social”, dice el intelectual mexicano Gabriel Zaid.

Bertolt Brecht, en su obra sobre Julio César, escribió: “La ropa de sus
gobernadores estaba llena de bolsillos”. Luis XIV en sus memorias reconocía que
“no hay gobernador que no cometa alguna injusticia, soldado que no viva de modo
disoluto, señor de tierras que no actúe como tirano. Incluso el más honrado de los
oficiales se deja corromper, incapaz de ir a contracorriente”. Napoleón Bonaparte
solía decir a sus ministros que les estaba concedido robar un poco, siempre que
administrasen con eficiencia.
En Roma, el potentado caminaba seguido por una nube de clientes. Cuanto más
larga era su corte, más se le admiraba como personaje. Esta exhibición tenía un
nombre: “adesectatio”, dice la crónica de la época. A cambio, el gobernante
protegía a sus clientes, con ayudas económicas, intervenciones en sede política,
entre otros. Los clientes, a su vez, actuaban como escolta armada. Para encontrar
un empleo solía recurrirse a la commendatio, que era el apoyo para conseguirlo.
El historiador español, Sabino Perea Yébenes, señala que, durante el Imperio
romano, los altos cargos estaban muy vigilados: “Los romanos tenían un concepto
de la política diferente. Lo más importante era el honor. Para llegar a la cumbre, el
candidato tenía que tener currículo, haber ocupado cargos, tener una educación y
proceder de una buena familia. Pero, además, tenía que tener patrimonio, ya que
había de presentar una fianza a principio del mandato. Cuando finalizaba, se
hacían las cuentas. Si se había enriquecido, tenía que devolverlo todo”. En caso
de corrupción, había dos penas muy severas: una era el exilio; la otra era el
suicidio.
Según el escritor italiano, Carlo Alberto Brioschi, la corrupción es un fenómeno
inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la reciprocidad. Según la
lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado. Nadie
puede impedirle a un partido en el poder que se cree una clientela de grandes
electores que le ayuden en la gestión de los aparatos estatales y que disfruten de
estos privilegios.
Leyendo el resumen del libro de Brioschi Breve historia de la corrupción, elucubro
sobre la cantidad de personas sin nariz y sin testículos con que nos cruzaríamos,
día a día, en nuestro país, si por alguna casualidad se llegara a aplicar alguno de
esos decretos faraónicos.
*Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
Noelalvarez10@gmail.com

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